Esto no es precisamente una anécdota, sino un reconocimiento
y un homenaje a un guardameta que jugó en el Sporting de Gijón y que su fallecimiento conmocionó el mundo del fútbol hace ahora unos 20 años y que he recopilado del estupendo
blog: Yo jugué en el Sporting -al que debo dar las gracias-.
Cuando se retiró, el bueno de Jesús se apartó del mundo del
fútbol todo lo que pudo. Regresó a su Avilés natal junto a su familia y se
centró en sus negocios de gasolineras y caballos de carreras; pero aún así, su
instinto de portero le obligó a hacer una última parada. La tarde del 26 de
julio de 1993, mientras descansaba con los suyos en la playa de la localidad
cántabra de Pechón, oyó los gritos desesperados de un par de niños ingleses que
se estaban ahogando en una zona de abundantes acantilados, y no pudo evitar
sacar a relucir el portero que aún llevaba dentro. Se tiró a la mar como se
tiraba a los pies del delantero, peleó como pudo contra la marea y consiguió
empujar a los chavales de vuelta a la orilla para salvarles la vida. Intentando
salir del agua, se dejó la suya en el camino. La mayor ovación que recibió
sobre un campo de fútbol quedó en nada en comparación con la que se llevó el
día de su funeral en Avilés. Fue el heroico y trágico final de un futbolista
que marcó una época defendiendo la portería del Sporting.
La noticia sobrecogió los corazones de sus ex compañeros,
pero a nadie llegó a extrañarle del todo. Si había alguien capaz de hacer lo
que hizo, ése era Jesús. “No hay cinco jugadores con el nivel humano de Castro.
Generoso, desprendido, amigo de sus amigos, todo un ejemplo a seguir como
futbolista y como persona“, dijo de él Carlos García Cuervo, con quien
compartió portería en sus inicios en el Sporting.
Nacido en Oviedo en 1951, pero criado en Avilés, Castro
llegó al conjunto rojiblanco en marzo de 1968, procedente del Ensidesa, aunque
su leyenda empezó a forjarse en las calles avilesinas junto a su hermano
Enrique –Quini para los amigos–, con una portería pintada en una pared y una
pelota. Enrique chutaba, muy fuerte y muy ajustado, y Jesús estiraba la mano
todo lo que podía para evitar que fuera gol. Y Enrique volvía a chutar. Y Jesús
despejaba con los puños. Y un día el balón entraba por la escuadra. Y al
siguiente, una palomita milagrosa lo evitaba. Y así, en un bucle infinito de espíritu
de sacrificio y talento, tan fácil y tan imposible, ambos acabaron años más
tarde defendiendo la camiseta rojiblanca. Era de esperar. Para ser el mejor
portero hay que entrenar con el mejor delantero, y viceversa.
Al mes de llegar al Sporting, Castro debutó con el primer
equipo rojiblanco, y en su primera campaña completa ya fue titular indiscutible
bajo los palos de El Molinón. Desde entonces, y durante dieciocho temporadas,
Chusi se adueñó de la portería gijonesa y prácticamente no la soltó hasta que
una lesión en la espalda le obligó a colgar los guantes en 1985. Por el camino
pudo saborear dos ascensos a Primera División, un subcampeonato de Liga, varias
clasificaciones para la Copa de la UEFA y 471 partidos oficiales como
sportinguista, además de vivir la internacionalidad como juvenil en tres
ocasiones, quince como aficionado y cuatro en la selección sub-23. Era un
portero ágil, sobrio y de una enorme regularidad.
Nadie habló nunca mal de él. Todos los que compartieron
vestuario con él destacaron su compañerismo y su bondad, como demostró hasta el
día en que aquel maldito remolino se cruzó en su camino. Su ex entrenador
Vicente Miera lo definía como “un chaval fantástico, increíble. Recuerdo además
que había veces que le aplaudían en el campo y se ponía colorado de tímido que
era. Por eso le llamábamos Manzanón”.
Los porteros de los mejores equipos pasan a la historia por
salvar goles. Castro, el portero del Sporting, pasó a la historia por salvar
vidas. Y ni los años son capaces de hacer que la gente le olvide. Hace unos
meses, en un partido en El Molinón, un adversario se plantó solo delante de la
portería del Sporting. El delantero picó ante la salida del guardameta
rojiblanco y la pelota se dirigía irremediablemente hacía el fondo de la red,
pero en el último suspiro hizo un extraño y se perdió por la línea de fondo.
“Milagro”, dijo un aficionado desde la grada. “¿Milagro?”, le reprobó su
compañero, “Castro desde el cielo”.
Fuente: El blog “YO JUGUÉ EN EL SPORTING”
Nunca le llamaron "manzanón". Era el "maizón".
ResponderEliminarHola, mi nombre es Dr. James Henry del Hospital Docente de la Universidad de Benin, soy especialista en cirugía de órganos, y Compra de órganos humanos que quieran vender, ofrecemos la suma de $ 600,000,00 Dolares y estamos ubicados en Nigeria, Estados Unidos, España y Malasia, pero nuestra oficina central está en Nigeria. ¿Está interesado en vender su riñón o vender alguna parte de su órgano corporal? Contáctenos para obtener más información. Contáctenos a través de
ResponderEliminarCorreo electrónico: jameshenryhome@gmail.com
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Salud,
Dr. james
CEO
UNIVERSIDAD DE BENIN HOSPITAL DE ENSEÑANZA.