El gol recibido en Mallorca a los 30 minutos de juego marcado por Claudio no pudo ser equilibrado y significó la segunda derrota de los rojiblancos en el campeonato que los relegaba a la sexta plaza, a seis puntos del FC Barcelona, líder.
Era la jornada 12ª y el Atlético mostraba cierta irregularidad. La contundente victoria conseguida en la jornada siguiente, 4-0 al Real Zaragoza, les devolvió cierta confianza. Las turbulencias en el equipo, como un rasgo distintivo histórico del club, habían costado el puesto a Joaquín Peiró, quien no llegó ni a empezar el campeonato. Sustituido por Iselín Santos Ovejero durante dos jornadas, se dio paso a Tomislav Ivic. El conjunto tardó en en encontrar su estilo, porque la incorporación de Schuster fue tardía y los resultados siguieron siendo irregulares. Fue la victoria sobre el FC Barcelona la que impulsó cierta credibilidad, aunque esa derrota en Mallorca era un frenazo demasiado fuerte.
En ese momento empezó a escribirse la gesta. Porque Abel Resino dejó de girarse hacia su portería para ir a recoger el balón. Los partidos se fueron sucediendo. La firmeza defensiva del Atlético era extraordinaria. Delante de Abel se disponía un sistema férreo con hombres contundentes como Juanito, Ferreira o Solozábal, luchadores como Pizo Gómez, rápidos y duros como Tomás o Juan Carlos, estratégicos como Donato, Vizcaíno o Alfredo y cerebrales como Schuster. Arriba bastaban Futre y Manolo, complementados con Rodax.
Jornada tras jornada, el Atlético fue sumando puntos. Pasó con contundencia por el Bernabeu donde arrasó a su rival con un 0-3. Abel superó el récord histórico en Sevilla, ante el Real Betis, cuando aguantó el 0-0 inicial, con nueve hombres desde el minuto 58. Entonces el portero rojiblanco ocupó la primera plana de todos los periódicos. Y así hasta la tarde del 17 de marzo de 1991, un Atlético-Sporting. El partido se estaba desarrollando en la línea marcada por el Atlético. Los locales se habían adelantado con dos goles de Manolo, uno de penalti, con lo que prácticamente sentenciaban. Justo al final de esa primera parte, un remate de Luis Enrique acabó en gol. Entonces todo el Vicente Calderón se levantó y se pronunció en una tremenda y estremecedora ovación de reconocimiento hacia el guardameta. Fue como una liberación de una responsabilidad. Abel, en efecto, era batible, pero también era el más grande en esos momentos.
Abel pasó a la historia del Campeonato Nacional de Liga con un récord muy difícil de superar. Ya han pasado veinte años y sigue ahí, incontestable. Es llamativo que grandes guardametas de nuestra historia, que han marcado un ciclo en la selección, como Ramallets, Iríbar, Arconada, Zubizarreta o el actual Casillas, nunca se hayan acercado a esa cifra. Y, desde el punto de vista histórico ahí está la grandeza del éxito de Abel. No fue un portero que destacase por intervenciones inverosímiles. Sus mejores armas fueron la regularidad, la constancia, el trabajo, la humildad y la visión de la jugada. Abel mandaba y muy bien a sus compañeros. Sabía rectificarles, organizaba su defensa y cerraba las opciones de la delantera rival. Un portero no sólo para, también debe mandar. Precisamente, tras el 0-3 en el Bernabeu, ante la pregunta del periodista ¿un partido con menos trabajo del esperado -por las pocas intervenciones del portero-? Abel contestó más o menos: “ni hablar, ha sido un partido muy intenso, porque se ha trabajado para que el rival no pudiese tener oportunidades. Un portero también juega aunque no tenga que hacer paradas”.
Normalmente, aunque cite mis fuentes, siempre suelo "acondicionar" a mi modo las entradas en el blog, pero esta me ha parecido tan buena y acertada que he preferido dejarla integra para que os deleitéis con ella. Únicamente he puesto las fechas actualizadas. Alguien lo llamara vagancia.
Fuente: José del Olmo (Presidente. del CIHEFE y Vicepresidente. de la IFFHS)
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